En su libro 'La muchacha del voluntariado y el joven misionero', propone que ha de haber una libertad de acción si una persona se enamora.
El libro que acaba de presentar lleva por título La muchacha del voluntariado y el joven misionero; y por subtítulo, Encuentro de cultura y religiones. Su autor, Manuel López López, es un ex-sacerdote murciano, que, desde niño sintió una vocación a la que no ha renunciado, pese a todos los avatares de su vida. Casado y padre de dos hijos -psiquiatra y médico de familia- ha vivido situaciones difíciles. Trabajó como misionero, cura parroquial y cura obrero, y profesor de Filosofía y Teología, en Lorca, Lima, Quito, Cartagena, Madrid...
-¿Fue muy duro dejar de ejercer el sacerdocio?
-Sí, pero ya decía Chesterton que el buen cristiano es aquel que sabe aguantar las dudas. Bastantes sacerdotes estábamos formados en un ambiente progresista, sin estar de acuerdo con la jerarquía eclesiástica de entonces y con el boato que yo había visto en América o en Madrid. Pasé una crisis interna. Dejar el sacerdocio fue como separarme de mi mundo, aunque yo en realidad quería ser misionero, no cura en sentido burgués. Para el obispo Roca Cabanellas fue un gran desencanto. Lo comprendía, pero no lo compartía.
-¿Volvería a recorrer el mismo itinerario?
-Sí, siempre lo he dicho, haciéndolo quizá un poco mejor y con mayor garantía. Yo estaba muy bien de cura y, además, me aceptaban. La dificultad que tuve es que precisamente se oponían los obispos a las nuevas situaciones, aunque yo había nacido para el sacerdocio. Aún voy a las parroquias en las que estuve y la gente me recibe y me hace hablar. Aquella generación de sacerdotes deseaba mucho un cambio en la iglesia. Rompí, junto a otros, con una iglesia jerárquica e institucional, por una serie de cuestiones teológicas.
-¿Qué han dicho de usted y de su situación?
-No han podido decir nada cuando me casé, porque conocían a mi mujer en su parroquia y me conocían a mí. Pese a todo, me mantengo en mi fe y en mis creencias.
-¿Es todo esto lo que cuenta en su libro?
-En uno anterior, Memorias de educación, fe y libertad, contaba mi educación en el seminario y mi estancia en la parroquia de San Pedro, en Lorca, así como las dificultades que teníamos. En el que presenté hace poco, hay una primera parte novelada, para que no parezca un libro de ensayo, en la que cuento cómo va a América la que ahora es mi mujer, con la intención de ser miembro del voluntariado. Lo que cuento luego sí es real.
-¿Y qué pretende?
-Que se vea y comprenda lo positivo de las religiones, en lo que coinciden con el cristianismo y en la necesidad de unirse. Hay un mismo Dios. Esto es lo esencial, y lo demás es circunstancial. Hay que admitir que si Dios es padre no puede excluir a nadie, porque practique o pertenezca a otra religión. También propongo que ha de haber una libertad, si una persona se enamora. A Dios se va por diferentes caminos. El libro viene a ser un testimonio para los misioneros y los curas, porque la fe es independiente. Nosotros creemos en Dios y en Jesucristo resucitado; lo demás es casi accesorio.
-¿Usted se siente condenado por su comportamiento?
-No solamente no me siento condenado, sino que, como he dicho, volvería a recorrer el mismo itinerario. Yo di el paso totalmente consciente ante mi conciencia y ante Dios, y creo que es lo que debía de hacer. A mis hijos les he dado una educación cristiana. Ellos han estado al corriente de toda mi vida, desde el principio. Yo sigo muy relacionado con los teólogos de la Agrupación Juan XXIII.
-¿Piensa que la Iglesia aceptará algún día a los curas casados?
-Juan XXIII dijo que los curas serían casados, aunque no bajo su pontificado. Creo que deben ser como fueron en la antigua iglesia: personas que tengan su oficio y dediquen su tiempo libre, que eso es la vocación, a trabajar por los demás. Y los que sean elegidos democráticamente, que se dediquen a organizar la Iglesia, pero no de un modo tan jerárquico como ahora.
Ojeado en La Verdad.
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