La entidad contará con los bajos de la nueva construcción para su local Patrimonio estudia la forma de conservar las pinturas de su interior.
Cuando Andrés Ruiz se hizo socio del Casino de Algezares tenía 15 años y pagaba una cuota de 15 pesetas. En 1950 era un buen pellizco, pero suponía entrar de lleno en la vida social del pueblo y poder hacer uso de unas instalaciones únicas en los alrededores: sala de lectura, de dominó, cantina, sala de baile, de billar, y una gran terraza para fiestas. «Este Casino era la envidia de los casinos de los pueblos», señala con nostalgia Andrés en la antigua sala de dominó, ahora desierta y plagada de muebles viejos cubiertos de una fina capa de polvo. El centro neurálgico del ocio y de la cultura del pueblo durante décadas, ha quedado reducido a un recuerdo lejano. «Es imposible mantenerlo. Cada vez somos menos y el local necesita mucho para rehabilitarlo», señala Andrés.
El Casino, con casi 1.500 metros cuadrados repartidos en dos plantas y una terraza, llegó a tener 800 socios en su época de mayor esplendor. La cantina estaba llena a todas horas, en la sala de dominó los grupos tenían que esperar para jugar porque faltaban mesas y cada 15 días había baile. Además, las fiestas de Carnaval y de Nochevieja eran el no va más de la época, y se llenaban de gente del pueblo y de los alrededores.
La situación actual es muy diferente. Cuentan con 180 socios, la cantina no funciona desde hace años, carecen de conserje, no hay aire acondicionado ni calefacción («en invierno te hielas y en verano te asas», dice Andrés) y a la última Nochevieja que organizaron, sólo acudieron siete parejas. «De vez en cuando el Ayuntamiento hace algún acto aquí. Poco más», añade.
La situación llevó a los socios a tomar una drástica decisión en una asamblea: aceptar el proyecto de una promotora que conlleva el derribo del actual edificio y la construcción de otro de viviendas. Los bajos acogerán las nuevas dependencias del Casino. «Queremos un Casino nuevo que reúna las condiciones necesarias para que podamos disfrutarlo», defiende Francisco Alemán, presidente de la entidad.
Pinturas de interés
A pesar de que el derribo del edificio es un hecho, las pinturas que alberga el local han retrasado su ejecución. En concreto, la sala de lectura acoge una obra de Antonio Roca y la de baile un mural de Párraga de inspiración cubista que versa sobre la música y la danza. Ambas son de una gran belleza, pero el estado en el que se encuentran es de abandono total. «Ha habido mucha desidia en la conservación de las pinturas», admite Alemán, que se ha reunido varias veces con el director general de Cultura para abordar el tema.Según cuenta, los técnicos de la Consejería estudian la fórmula para conservar las pinturas e, incluso, de poder ubicarlas en el emplazamiento del nuevo edificio, pero no parece tarea fácil. La de Roca es la que se encuentra en peor estado y hace unas semanas se tiró a la basura un trozo que cayó de la pared. La de Párraga debe pasar por un delicado proceso para extraer el trozo de pared en el que está pintado, y en la entidad no saben quien va a costearlo.
A pesar de ello, Alemán destaca el proyecto que tienen entre manos, que no se reducirá a cambiar el aspecto del local sino que persigue un objetivo más ambicioso: atraer a las nuevas generaciones. Con cafetería abierta al público, sala de lectura con internet y otras novedades, esperan que la gente joven vuelva a llenar las salas del centro. «Es un proyecto impresionante y estamos muy ilusionados».
A otros, el cambio les ha provocado un nudo en el estómago. «He pasado aquí mi juventud y me da pena dejarlo», dice Pedro Albadalejo con cierto pesar. Es de los pocos que viene casi a diario a leer la prensa y, a veces, a echar una partida de ajedrez. Si fuera por él, el edificio se quedaría donde está.
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