Recuerdan ese juego infantil que consiste en formar figuras con moldes de plastilina? Se presiona el molde sobre un bloque plano y compacto de la moldeable sustancia, y la deseada figurita (estrella, cara, camión u osito) queda en su interior, recortándose la plastilina sobrante. Bueno, pues este es precisamente el procedimiento imaginario que siguieron nuestros próceres para, de un plumazo (decretazo, en este caso), desproveer de protección a miles de hectáreas de los parques naturales de la Región. ¿La coartada? Nada menos que la aplicación de la Directiva Europea de Hábitats, elaborada y aprobada desde Bruselas precisamente para evitar la destrucción de los paisajes europeos. El exceso de celo en el cumplimiento de esta ley europea por parte de nuestros dirigentes fue tal que, despreciando conceptos tales como «zona periférica de amortiguación» o «protección agroambiental», al uso en toda política de ordenación y gestión de espacios naturales que se precie, decidieron que los elementos del paisaje de los parques naturales existentes que no fueran considerados «hábitats prioritarios» por la citada directiva no merecían protección; y le aplicaron su particular molde -la nueva red de espacios protegidos, más pequeña que la ya existente (como recientemente ha publicado la red Europarc)-, dejando fuera extensas superficies de monte y costa. Los murcianos merecemos el dudoso honor (recurrido, por cierto, ante el Tribunal Constitucional) de ser la única región europea que ha aprovechado la construcción de la red europea de espacios protegidos Natura 2000 para privar de salvaguarda a espacios ya protegidos por ley.
Claro que este ejercicio no tuvo propósitos tan inocentes como los de un niño jugando con plastilina... Detrás de esta operación se escondía un proyecto que, en palabras del consejero de Turismo y Consumo, José Pablo Ruiz Abellán, va a ser el «nuevo Cancún», el complejo urbano-turístico «más grande de Europa»: Marina de Cope. Las cifras del megalo-proyecto hablan por sí solas: sobre más de 21 millones de metros cuadrados que ocupan casi 7 kilómetros de costa virgen, se pretenden construir 11.000 viviendas y 23.000 plazas hoteleras, que darían cabida a casi 60.000 personas (el doble de los habitantes actuales de Águilas). A esto hay que añadir la construcción de un puerto excavado en tierra (una marina interior) para 2.000 embarcaciones, 5 campos de golf, 10 campos de fútbol y 10 zonas comerciales y de ocio. ¿Es éste un proyecto sostenible? En lo que resta de artículo me propongo exponer las razones ambientales para estar en contra de este descabellado proyecto. El paraje de la Marina de Cope alberga nada menos que 322 especies vegetales, muchas ellas de gran importancia, rareza e interés, como cornicales, azofaifos, siemprevivas, orquídeas, sabinas negras, tueras, cardaviejas, ispágulas, espinos negros, zamarrillas, tréboles reventones o ajos de flor negra. No menos importantes son las especies animales que allí viven, empezando por la tortuga mora, que tiene en el sureste español su último reducto europeo, pero sin olvidar a otros reptiles (lagarto ocelado, lagartija colirroja, eslizón ibérico), mamíferos (zorro, conejo, jabalí), y aves, tanto rapaces (búho real, águila-azor perdicera, halcón peregrino) como de interior (cogujada, terrera, alcaraván, tarabilla, curruca cabecinegra, y el raro camachuelo trompetero) y marinas (gaviotas, cormoranes y pardelas), que hacen de esta franja costera un enclave excepcional. Las especies marinas formarían una incontable lista, pero baste decir que las extensas praderas de Posidonia oceánica que tapizan esta costa han merecido en la pasada década ser protegidas de la pesca de arrastre mediante un ambicioso (y costoso) plan de arrecifes artificiales.
Por si fuera poco lo anterior, la combinación de la geología y geomorfología locales con las especies que la pueblan dan lugar a 8 hábitats terrestres y 2 marinos de interés comunitario, según la referida Directiva de Hábitats: matorrales propios de zonas saladas (halófilos y halo-nitrófilos), matorrales arborescentes, tomillares termófilos, matorral formador de galerías ribereñas, roquedos silíceos con vegetación pionera, vegetación anual sobre acúmulos de restos marinos, acantilados con vegetación endémica, praderas de Posidonia oceánica y plataformas de vermétidos. Estos últimos cuatro hábitats son considerados prioritarios por su importancia a escala europea, y por ello su protección es obligatoria.
Para más inri, como corresponde a una región desmemoriada, que muestra con insistencia un estólido rechazo a la propia esencia, justificamos la desprotección de parte de este espacio por ser terreno agrario, como si ese suelo no albergara multitud de especies valiosas, no jugara un papel ecológico esencial como ecotono o frontera, y no sirviera de amortiguación de los impactos directos sobre los hábitats más raros y valiosos.
La ejecución del proyecto urbanístico supondrá la destrucción directa de todo este acervo y el espectacular paisaje que forman, y, merced al pisoteo y a las rodaduras de los vehículos de las decenas de miles de personas que vivirían en este lugar, la afección a un área mucho mayor de ramblas, lomas, cerros, playas y roquedos. Esto, por no hablar de las infraestructuras de acceso (carreteras y viales) y su correspondiente tráfico, de las transformaciones físicas y la contaminación difusa generadas por la marina interior; y, por supuesto, de otro tipo de problemas ambientales, económicos y sociales ligados al urbanismo galopante y depredador que nos asola. Eso sí, todo ello manteniendo una actitud «extremadamente responsable con el medio ambiente» (Abellán dixit).
¿Y qué problema hay, dirán ustedes, en destruir todo este patrimonio natural? Ninguno, respondo yo, si la conservación del último enclave virgen de la costa mediterránea les importa un comino. Pero si no es así, por favor, hagan lo que esté en su mano para impedir que este devastador proyecto llegue a hacerse realidad. Salvemos la Marina de Copé.
José Antonio García Charton es doctor en Biología y profesor titular de Ecología de la Universidad de Murcia.
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