El órgano de la Catedral de Murcia , construido en 1856 por Joseph Merklin en París, volvió a sonar ayer después de tres años de trabajos de restauración en el taller que en Toulouse tiene el especialista Jean Daldosso, quien destacó las extraordinarias características de este instrumento musical. Daldosso explicó en rueda de prensa que el órgano se adelantó a su época y supuso una revolución en la organería europea, con sus cuatro teclados, su pedalier completo y sus 63 registros distintos, frente a los 20 con que solían contar los órganos barrocos, entre ellos, de trompeta, flauta, viola de gamba y voz humana.
Daldosso, que ha restaurado el órgano gracias a una subvención de 1,145 millones de euros de la fundación Caja Madrid, destacó la excepcionalidad de la trompetería frontal dispuesta en batalla en este órgano , algo poco habitual en los de su época, y la dificultad de su trabajo, debido a la magnitud de las piezas, que se han desmontado una a una, y a las complicaciones para encontrar la propia sonoridad del instrumento. A las 20.30 horas de ayer, el órgano volvió a sonar en un concierto en el que Michael Bouvard interpretó obras de Bach, Mendelssohn, Franck y Messiaen, aunque previamente intervino la agrupación coral Schola Antigua, dirigida por Juan Carlos Asensio y con Esteban Elizondo al órgano.
Historia
En la historia del órgano destaca que fue Hilarión Eslava (1807-1878), entonces maestro de capilla de la reina Isabel II y profesor de composición del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, que luego dirigiría, quien aconsejó e instruyó al obispo de la diócesis de Cartagena entre 1847 y 1860, Mariano Barrio. Barrio encargó a Merklin construir un órgano para sustituir los dos existentes hasta el momento en la catedral de Murcia, reconstruidos por Fernando Molero a finales del siglo XVIII y que se perdieron en febrero de 1854.
Al órgano actual se lo conoce como Merklin-Schütze porque fue el socio de Merklin así apellidado quien 8 años después de su construcción, en 1864, le bajó un poco el tono, para dejarlo a un diapasón normal, y le puso un apoyo con riostras a los tubos de gran alzada que se habían doblado por su peso y el efecto de la gravedad.
En 1978, el franciscano Antonio Montera y el canónigo Pedro Ortín realizaron un laborioso trabajo de reposición de todos los zoquetes dañados de los juegos de lengüetería, y en 1988 Alejandro Massó realizó un fallido intento de restauración.
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