La oferta cultural del verano en esta comarca puede ser calificada de excelente en sus variadas manifestaciones, pero en esta ocasión nos centraremos en Trovalia, ese bello encuentro internacional de troveros y payadores, y en los festivales flamencos, que aquí no son pocos: La Unión, Lo Ferro, San Pedro del Pinatar, Sucina,o las veladas de Santa Lucia.

La poesía improvisada y cantada está presente en la cultura de numerosos pueblos de España y de todo el mundo. Ya en el siglo XVII encontramos tertimonios literarios que la acreditan en el campo cartagenero, pero el trovo en su modalidad actual debe su estructuración al palmesano José María Marín (1865-1936), quien impuso las normas, el respeto escrupuloso a la métrica y la coherencia del discurso. Estas características continuan guiando a nuestros troveros, constituyendo señas de identidad por las que son respetados y admirados en otras latitudes.

El trovo cartagenero se abre al mundo en la era de la globalización siendo convocados sus repentizadores a numerosas citas en toda la América hispánica y en Europa, un proceso de influencias mutuas que sin duda enriquecerán a nuestro arte, posiblemente con introdución de nuevas músicas. No se pierdan Trovalia ni el Festival de La Unión en la Catedral del Cante en que se ha convertido su Mercado Público, este año dedicado en homenaje a dos de los mejores hijos de la ciudad minera: su cantaor y su cantor. Pencho Cros, creador en los años 70 del estilo de minera que se premia en el concurso y Asensio Sáez, escritor, cronista y pintor.

El flamenco reinterpreta la herencia del folklore del sur de España que se fue nutriendo de las aportaciones de pueblos diversos: árabes, judios, la hindú que trajeron los gitanos, afrocubana, etc. Estos sedimentos musicales en la voz de los cantaores andaluces, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, comienzan a transformarse en arte al ser dotados de mayor hondura, carga expresiva, complejidad musical y creatividad. Está naciendo un nuevo género: el cante jondo.

En nuestra tierra este mismo proceso se sigue con una serie de cantecillos llamados la madrugá o malagueñas de la madrugá que se cantaban durante las faenas agrícolas o mineras, también con los cantos folklóricos que eran bailados en el Campo de Cartagena por nuestros antepasados, y con las músicas de los forasteros que se establecen a partir del boom minero del año 1.850, especialmente provenientes de pueblos de Almería y que cantaban su fandango alpujarreño mediante el cual improvisaban coplas. Cobrará gran protagonismo en este proceso que desembocará en el flamenco minero Antonio Grau Mora, El Rojo el alpargatero (1847-1907) y otros cantaores agrupados en torno a su liderazgo.

El trovo y el cante siempre anduvieron hermandos, así muchas de las quintillas de los troveros siguen siendo cantadas por artistas flamencos en mineras, cartageneras, tarantas y fandangos. Sobre todo las de mayor crítica social y compromiso político. Por su parte el flamenco coopera con el arte de la repentización con los estilos de la malagueña trovera y la guajira, que sirven de vehiculo musical al verso.
Algunos de los primeros cantaores que surgen en la zona de Cartagena-La Unión, a finales del siglo XIX, son a su vez troveros e incluso aguilanderos, como el almeriense Pedro Segura, el Morato.

¿Dónde está la clave del éxito del certamen unionense? La respuesta puede estar en la propia esencia apasionada del flamenco, intenso ritual, cultura de los oprimidos, expresión del desamparo del hombre sobre la tierra, y que como escribió Lorca: viene del primer llanto y del primer beso.
Pero quizá habría que buscar la nota distintiva en el mito de la mina como metáfora del destino trágico, la oscuridad del misterio, la muerte que ronda, el descenso a la última mina que es la fosa.

JOSÉ SÁNCHEZ CONESA

Historiador e investigador de la cultura tradicional.

This entry was posted on 8/14/2008 and is filed under , , , , , . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.