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SIGLO XVIII. Primera noticia impresa de los Servitas, el 30 de marzo de 1792, en El Correo Literario.

Quince segundos después de que los hermanos Patricio, Mateo y Gonzalo Barrera, hace más de 225 años, abandonaran la antigua Escuela de Cristo, construida a los pies de la parroquial de San Bartolomé, el techo de cañizo y adobe y las bóvedas de yeso, con sus diminutos nidos de polilla y salamandras verdes, se desplomaron convirtiendo la capilla de oración en un amasijo de escombros. Ocurrió el 10 de junio de 1778. Y si el Noticiario de la ciudad inmortalizó en sus frágiles páginas el suceso fue porque los hermanos Barrera, cuando a golpe de tila se recuperaron del susto, perjuraron que «una secreta voz» les había avisado del desplome.

Desde entonces fue costumbre que, de tanto en vez, cuando la iglesia amenazaba ruina, resonaran otras voces, más terrenales, pero tozudas y hasta impertinentes. Una de ellas fue la del sacristán Ferrer, cuyo nombre aún perdura en una lápida colocada en la fachada de la parroquia sin que nadie recuerde de quién se trataba.

José Ferrer llegó a San Bartolomé de sacristán, aunque pronto resultó evidente que podría acometer mayores empresas que despabilar lámparas. Por ejemplo, restaurar el templo, que amenazaba ruina en la segunda mitad del siglo XIX. En 1872, cuando aún no había sido ordenado, ante la portada maltrecha, Ferrer exclamó en presencia de unos amigos: «Si yo fuera no más que sacristán de esa iglesia, proyectaría la obra y realizaría uno de mis ensueños». Tres años después, el 27 de marzo de 1875 tomaba cuerpo su idea. Un año más tarde comenzaba la obra.

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MAGNA. Instantánea remota de la capilla de Las Angustias en San Bartolomé.

No imaginó el buen hombre que los trabajos se extenderían durante dos años y el proyecto, por falta de fondos, casi se abandona. Pero tenía Ferrer tal empuje y embrujo que las limosnas se sucedían. De hecho, incluso recibió la donación de un premio de la lotería, que una feligresa le entregó el mismo día en que el sacristán se disponía a anunciar el cese de la restauración. Entretanto, los fieles más pobres destinaban lo único que tenían, su tiempo libre, a trabajar como peones. Hasta cuentan los cronistas que don José «pidió un día 50 reales a la imagen de San Eloy. Y se los dio, bajo recibo». Y así fue tomando cuerpo la iglesia.

En este mismo templo se fundó en 1665 la Venerable Orden Tercera de los Servitas (o Siervos de María), que pronto gozó del aplauso y apoyo moral y económico de la feligresía. Fue el germen de la Real, muy Ilustre y Venerable Cofradía de Servitas de María Santísima de las Angustias.

De entre los muchos aciertos que celebraría la institución, ninguno superó -ni quizá haya superado- al encargo que realizara en 1740 al escultor Francisco Salzillo. Se trataba de la talla de la Virgen de las Angustias, que elevó de inmediato la devoción de los murcianos ante esta advocación y convirtió a los Servitas en custodios de una de las obras cumbre de la gubia del autor.

El paso de la Virgen de las Angustias protagonizó en su origen el desfile del Domingo de Ramos murciano, surcando las calles más nazarenas rodeada de túnicas azules. El Papa Papa Clemente XII concedió indulgencia plenaria a cuantos visitaran la capilla a lo largo de aquel día. La imagen, antes de su salida en procesión, era trasladada cada año al remoto convento de las Madres Agustinas, quienes lo adornaran de flores. Hoy, este espléndido grupo escultórico puede admirarse en la noche del Viernes Santo.

En el año 1766, la Cofradía adquiere un solar para construir su capilla, que sería terminada en 1797, casi veinte años más tarde, cuando Las Angustias fue entronizada. Antes, alrededor de 1786, el templo sufrió el derrumbe de una parte de la bóveda principal y el crucero. A esta época pertenece la más antigua noticia periodística sobre Servitas, publicada en el breve Diario de Murcia en 1792.

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INAUGURACIÓN. El Liberal informó de la recuperación del templo, el 19 de octubre de 1883.

La capilla sería sometida a una rehabilitación a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado. Fue reinaugurada el 15 de septiembre de 1966. La última gran restauración corrió a cargo del arquitecto Juan de Dios de la Hoz Martínez, elegido con acierto por el Obispado de Cartagena. El retablo que ahora se recupera, según los expertos, puede considerarse como uno de los más bellos exponentes del barroco tardío en la ciudad. Sin embargo, durante muchos años nadie ha podido admirar su auténtica factura. Diversas intervenciones, en su mayoría desafortunadas, fueron cubriendo con pinturas, yesos y cemento la idea original que imaginara el arquitecto José Navarro David a comienzos de 1796.

Los restauradores de la obra, Pablo M. Molina Jiménez y Esther Pérez Plaza, a quienes Murcia le deberá siempre la pasión que han puesto en su trabajo, destacan que la policromía original del retablo, antes de acometer los trabajos de restauración, se encontraba oculta «bajo varias capas de pintura y barnices, mostrando un aspecto envejecido, oscuro y triste del conjunto. Los dorados estaban parcialmente ocultos por capas de repintes que, sin un criterio claro, habían desvanecido el aspecto de la obra dejándolo relegado a un volumen que ocultaba una rica decoración en matices y calidades».

Así, después de décadas de trabajos, la Virgen de las Angustias, la más genial obra de Salzillo se expondrá con dignidad en la parroquia. Pero se expondrá a medias. Porque, ante la falta de seguridad en el templo, los angelicos que rodean el calvario permanecen en una caja de seguridad de un banco. A salvo de las polillas. Y también, porque en Murcia así somos, de los turistas.

Olisqueado en La Verdad.

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