En sus 270 años, Los Jerónimos ha sido escuela, factoría, manicomio y hasta hangar.

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Pese a los ataques y al abandono, el monasterio ha conservado a través de la historia gran parte de su estructura, como prueba esta fotografía tomada a finales del siglo XIX.

Basta contemplar sus cúpulas de teja azul profundo, vitrificadas como la escarcha de la amanecida en los quijeros de la huerta, para ubicar el Monasterio de Los Jerónimos en el barroco más murciano. Monumento Histórico Nacional, este noble edificio de ladrillo visto, ha cumplido 270 años de existencia, a menudo convulsa y siempre relacionada con la enseñanza. Lo que no le ha impedido ser convertido en albergue para locos, hangar para aviones y hasta almacén para desinfectar mercancías ferroviarias.

En un monasterio de la orden Jerónima, según cuenta la tradición, fue ofrendado a los Reyes Católicos el pimentón, aquel extraño producto introducido en Europa por Cristóbal Colón y que sería decisivo para la historia de la Región. Y desde el convento de La Ñora quizá los monjes extendieron su cultivo por todos los monasterios de la orden.

La primera referencia en prensa sobre el llamado Escorial murciano se remonta al Correo Literario de Murcia que, en 1792, anuncia como suscriptor al Padre Procurador del Monasterio de Los Gerónimos.

Pero su historia es más antigua. Ya en el último tercio del siglo XVI, Alonso Vozmediano legó su riquezas a la orden de los Jerónimos con el encargo de fundar un monasterio, de nombre San Pedro de la Ñora, edificio que fue necesario trasladar por las imprevisibles riadas que asolaban la zona. Por ello, en 1702 se decide la construcción de un nuevo convento, donde el entonces obispo Belluga autorizará que habiten los frailes.

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El espléndido coro del templo, ubicado sobre su puerta principal y que ya no se conserva.

El primer abandono

Casi dos décadas más tarde, Fray Antonio de San José, el monje arquitecto de la orden, imaginaba un conjunto monumental; tanto que apenas se lograría concluir una cuarta parte de los proyectado. Así se inauguró el 1 de febrero de 1738 y pronto se convirtió en un símbolo de piedra que destacaba sobre los humildes hogares que poblaban la huerta. Un siglo más tarde, el monasterio sufriría, a causa de la desamortización, el primero de sus abandonos, transformado en asilo para desheredados. Y hasta refugio para los internos del Manicomio Provincial.

Ya en el siglo XIX se propuso la idea de convertir el destartalado edificio en un centro de enseñanza. Así se apuntó en 1877, cuando se conoció la noticia de que un grupo de dominicos pensaba instalarse en Guadalupe. Finalmente, el edificio quedó a cargo de la Compañía de Jesús, que allí establece a 32 jesuitas, quienes comienzan de inmediato su restauración. En julio de 1880 se preparan algunas habitaciones para recibir a los jesuitas expulsados de Francia.

La aparición de la fiebre amarilla en Barcelona obligará en 1870 a desviar hasta el entonces denominado «ex convento» los ferrocarriles que lleguen a la ciudad, con objeto de ser fumigados como medida de precaución. En pocos días, en el espacioso monasterio apenas quedaría sitio para más mercancías. En septiembre del mismo año, un lector de La Paz se quejaba de que el guardián de los bultos sometidos a desinfección «entre todas las noches en Murcia». En septiembre de 1888 los jesuitas anuncian el inicio de unos cursos de latinidad, lo que provoca que, ante la afluencia de alumnos, se preparen «casas para hospedajes de estudiantes, a precios muy económicos».

Los aviadores

Durante ochenta años, Los Jerónimos quedarían bajo la tutela de la Compañía, que mantuvo un noviciado, un colegio de párvulos y una escuela de maestría. Superado el trance de la Guerra Civil, cuando fue convertido en cuartel de instrucción para el Ejército del Aire, fue entregado en 1970 a las Esclavas de Cristo Rey y, de nuevo, el deterioro fue adueñándose del inmueble. En la Guerra también desaparecerían el retablo, el coro, la sillería y diversas imágenes. Por suerte, se logró conservar la de San Jerónimo, obra maestra del escultor Francisco Salzillo. Y el San Andrés, del mismo autor, que hoy puede admirarse en la parroquia de San Andrés, en aquella época consagrada a San Agustín. Sin contar otras piezas que, o bien acabaron en manos de particulares -donde hoy se conservan- o en otros templos.

En el año 1996, el Obispo de Cartagena cedió el Monasterio a la Fundación Universitaria San Antonio para la ubicación de la Universidad Católica, lo que permitió abordar la más completa de las restauraciones abordadas hasta la fecha. Y, de nuevo, sus remotas paredes volvieron a acoger profesores, maestros, doctores y alumnos.

Fisgoneado en La Verdad.

This entry was posted on 1/05/2009 and is filed under , , , , . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.