Las tres salas públicas de Cartagena -el Palacio Consistorial, el Palacio de Molina y la Muralla Bizantina- acogen desde hoy una exposición con un centener de obras de Gonzalo Sicre.

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Ni muerto dejará de vivir en Cartagena Gonzalo Sicre (Cádiz, 1967), afincado en esta ciudad con mar desde su infancia. En ella vive -«muy bien, no me quejo»-, pinta la oscuridad en su estudio inundado de luz, se escapa en sus cuadros embarcados en la niebla, crea su propio mundo: bellísimo y triste, habitualmente. Inquietante, apetecible para explorar, misterioso. Un mundo pictórico que, desde hoy, inunda la ciudad en la que lo ha concebido y pintado. Tres salas públicas de exposiciones -el Palacio Consistorial, el Palacio de Molina y la Muralla Bizantina- acogen la muestra titulada Gonzalo Sicre, con casi un centenar de obras, muchas de ellas no vistas hasta ahora, que recorren su pasión por la pintura y la complicidad que éstas establecen con el espectador. El martes por la mañana, Sicre recorría las salas del Palacio de Molina con su galerista y comisario de esta muestra, Ramón García Alcaraz, y allí posó para el fotógrafo José María Rodríguez delante de una de las escasas obras en la que se ha permitido explorar el mundo de la sensualidad/sexualidad.

Sicre no hace literatura con la pintura, ni traza un discurso moral o sociológico. Impacta al espectador, pero tampoco ése es su propósito. Su obra es en ocasiones durísima -te golpea en lo profundo-, pero él es inofensivo por completo, casi desvalido. En su caso, pintor y obra parecen no conocerse, no haber sido ni siquiera presentados. Pero uno y otra son inseparables, y se mueven por el mundo conjuntamente, sin explicaciones. Sicre no explica su obra. Es más, Sicre no explica nada. Hay mucho de misterio en la relación de este artista con la pintura, en los -asombrados y asombrosos- resultados obtenidos.

Persecución

A Sicre le gusta jugar con la pintura, pero sin llevar él la voz cantante. Le gusta seguir rastros, hacerse invisible, resucitar en sus cuadros. Su afán por jugar lo condujo a unos de sus proyectos pictóricos más singulares, El vendedor. Una serie inspirada y centrada en un representante comercial al que siguió y fotografió durante más de dos horas por las calles cartageneras, la ciudad que se resiste a abandonar bajo ningún concepto. Este vendedor le resultó «enigmático», y, recuerda, «lo seguí sin saber lo que vendía, ni lo que llevaba en el maletín. Podía ser un representante de tejidos o de cualquier otra cosa...; me encontraba siguiendo a una persona cuya vida desconocía y del que sólo podía tener sospechas».

Gonzalo Sicre explica que le gusta dibujar y que por eso empezó a hacer cursos de pintura. «Básicamente, me gusta pintar. Tiré por ahí, por la pintura, y un día decidí que quería dedicarme a esto, pero no recuerdo cuándo fue», indica sin darse importancia alguna, sin poses. «Soy apasionado, no creas», asegura Sicre sin pasión alguna.

Cultiva el pintor un arte sobrio y nocturno, resistente y batallador, que no esconde el rostro de la desesperanza o la duda, como tampoco escamotea importancia a la amistad o al descubrimiento de los destellos de felicidad que esconde el mundo. En sus cuadros habitan, a veces, fantasmas, ánimas errantes, besos negados, corazones helados. El altar que es cada obra del pintor es una posibilidad de regreso al origen de un mundo del que apenas conocemos nada.

Obras ahora expuestas para esconderse en ellas y dejar ahí depositados nuestros más profundos secretos. Obras que alivian de tanta decepción en este tiempo sórdido, helado y confuso por el que navegamos.

Nunca hay en sus obras una luz que nos ciegue y, por debajo de la aparente sencillez de las composiciones y las imágenes cotidianas que muestra Sicre hay preguntas sin resolver, deseos de escapar -no se sabe a qué lugar-, y cuentas pendientes con la vida, que en cuanto te descuidas te traicionas o te hace la puñeta.

Sus obras conducen al espectador a otros lugares, a las historias de otras gentes... Incluso los objetos que habitan en sus obras parecen tener el poder de comunicarse con nosotros. Por ejemplo: la escalera de acceso a la playa es la estrella del óleo De ningún lugar a ninguna parte, pintado por Sicre en 1996. Una escalera, la de la vida, por cuyos escalones el propio pintor parece deambular sin que parezca obsesionarle mucho que el título de su cuadro se encarne en él. Vive el presente, no dedica mucho tiempo a analizarse y asegura: «No me siento solo».

Intereses

Su atención la dedica a las cosas que le interesan, y tiene una enorme facilidad para desconectarse de las realidades que no le afectan directamente. «No suelo prestar mucha atención a las cosas que no forman parte de mi mundo. Ya sé que esto puede parecer un poco egoísta, pero es la verdad».

Se mezclan muchas sensaciones en esta extensa muestra que podrá disfrutarse desde hoy en Cartagena. Podría parecer, por ejemplo, revisando las obras de Continental -la muestra que obtuvo un gran éxito en 2001 durante su estancia en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía-, que el pintor es un ser completamente angustiado o desolado, pero no es así. Podría entenderse que el pintor pretende denunciar la dureza del mundo que estamos construyendo, pero no es así; o la escasez de afectos, los miedos y vacíos, pero tampoco.

Desde hoy -a las 20'00 horas es la inauguración- las obras de Sicre entrarán en contacto directo con los espectadores. Imposible saber qué pasará.

Fisgoneado en La Verdad.

This entry was posted on 5/14/2009 and is filed under , , , , , . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.