Digamos con alegría...
1/03/2010 | Author:

El remoto aguilando se mantiene como la principal banda sonora de la Navidad.

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Antiguas. Letras remotas de aguilando, publicadas en El Diario de Murcia, en 1895.

Las estaciones no las anuncian en Murcia los calendarios, sino las voces de los murcianos. Porque en esta tierra todo tiempo se canta desde hace siglos. Eso sucede en Semana Santa, cuando los auroros entonan la Pasión con correlativas tristes y remotas. O al llegar mayo con sus cruces u octubre, con los Rosarios de la Aurora. Y hasta en el día de Todos los Santos, cuando se armonizan las rimas de las salves con las lágrimas, y el tabaco negro con el aroma a amarantos, que aquí llaman 'mocos de pavo'. La Navidad, que, como es sabido, arranca en Murcia el día de la Purísima, retornan los cánticos al compás de la mistela, de los mantecados y suspiros, que son magdalenas encaladas. Entonces retumba en toda la huerta el antiguo aguilando, las trovas sencillas y cargadas de ironía que, de puerta en puerta, entre guitarras, laúdes y bandurrias, van pidiendo una caridad.

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Estampa. Antigua instantánea de una cuadrilla interpretando el popular aguilando.

El aguilando -derivación de aguinaldo-, compuesto por un solo o copla y al que sigue un estribillo, entonado por el coro, iguala a ricos y pobres, a letrados y sencillos, por su carácter festivo, alegre y pegadizo. El coro, arrancando con el último verso del solista, repite siempre la misma terminación, que varía según el lugar, la costumbre o la ocasión. Así, mientras unos concluyen: «¡Ay que Niño tan hermoso!, Que a todos causa alegría, su nacimiento glorioso»; otros entonan: «Digamos con alegría, las mozas quieren casarse, yo también me casaría», como se canta en Sangonera.

No hay murciano que se precie de serlo sin haberse arrancado alguna vez, con desigual acierto, al son de la pandereta y la botella de anís, de los platillos y el violín, de la campana y la castañeta, que es una caña en parte rajada que acompaña tan entrañable melodía.

Estas coplas, siempre aderezadas con churros y revueltos al amanecer, con vino recio y cerveza entrada la mañana, se improvisan y dedican a la concurrencia. Y los troveros se enzarzan en auténticas batallas cantadas, a menudo cuajadas de picardía, entre halagos y malicia. De tanta salud goza en la actualidad, que el aguilando ya no sólo es patrimonio de las cuadrillas, de los auroros o de las peñas huertanas -aunque sean estos grupos quienes lo bordan-, sino que en cualquier bar o esquina puede escucharse tan dulce soniquete.

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Polémica. El aguilando -esta vez en forma de propina- era obligado para los barrenderos y otros funcionarios.

La tradición de las Campanas de Auroros, custodios del aguilando más serio, como hermandades religiosas que son, hunden sus raíces en el siglo XVII, acaso en aquellos feligreses que escuchaban la prédica de los frailes dominicos y asistían a sus ceremonias para espantar de la huerta plagas, riadas, epidemias y malos espíritus. Aunque mermadas en su número, las Campanas sobreviven como recuerdo de una huerta que se fue y que hoy sólo retorna a través de sus voces. En Rincón de Seca y Zarandona, en Santa Cruz o Javalí retumban los ecos de estos cantes que fueron la única distracción del humilde huertano.

El origen de los cánticos auroros es más incierto. Hay quien apunta rasgos bizantinos en la reiterada presencia de melismas que adornan, por ejemplo, la llamada Correlativa, que luego perdurarán en la música árabe, mozárabe y hasta en el flamenco actual. Otros autores emparentan la Aurora murciana con la remota liturgia hebrea. Aún hoy se entonan en algunas sinagogas de la antigua Babilonia cánticos similares.

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Tierra. La huerta evidencia sus rigores en la expresión y el rostro del guión.

A esta dilatada tradición se suma la que atesora el propio aguinaldo, del que algunos autores mantienen que proviene del término celta 'eguinand', que designaba el regalo de Año Nuevo. Por allá debían de andar los tiros. El primer significado de la palabra latina para aguinaldo era presagio o pronóstico ('strenna'), de ahí que se extendiera el uso de hacer regalos como pronóstico de días felices, sobre todo el natalicio o al comenzar el año. Y de ahí, también, proviene el verbo estrenar.

Con el paso del tiempo, el aguinaldo se daría a los empleados por Navidad, convirtiéndolo en la tradicional paga extraordinaria que aún hoy se mantiene. Otras variantes del aguinaldo sí provocaron, con el tiempo, una gran polémica, al convertirse en costumbre impuesta. Fue el caso de la propina que exigían los funcionarios públicos, entre los que se encontraban barrenderos, basureros y serenos. Sin embargo, el aguilando cantado, más que estar de moda -que todas pasan- se ha infiltrado en los genes hasta el extremo de que muchos sólo reconocen que ha llegado la Navidad cuando les sorprenden el espléndido sonsonete.

Olisqueado en La Verdad.

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