David vuelve a vencer a Goliat. El Tribunal Supremo da la razón a un pastor de Jumilla y paraliza un ambicioso proyecto urbanístico.

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Hasta el GPS enloquece en la Herrada del Tollo. Como los sentidos. A los pies de los montes de la Umbría del Acebuchal te envuelve la quietud, la brisa, el sol... y los balidos de las 500 ovejas, cabras, corderos y carneros del rebaño de Pascual Carrión Guardiola. Entre las cabriolas de sus cabritos y dos montañas de estiércol de tres metros, el pastor sale al encuentro de los visitantes pisando con sus botas verdes de goma el suelo enfangado. Pascual se cala su gorra azul de visera corta, se sube un ceñido cinturón de gastado cuero marrón, otea sus tierras con sus ojos verdes bajo pobladas cejas negras y reflexiona unos segundos antes de responder al interrogante. Respira hondo. «¿Que por qué lo he hecho? Porque esto es mi vida. Soy pastor desde que nací. Y no estoy dispuesto a que partan mis campos por la mitad. Si pensara que no llevo la razón no habría movido ni un esparto. Pero no hacer nada... Me habría muerto de sentimiento».

Y vaya si ha hecho. Poco ha importado que de zagal apenas pisara la escuela 20 días, entre zurrones y cayados. La sabiduría rural y empeño del murciano (y el trabajo de su abogado) le han bastado para frenar dos campos de golf de 18 hoyos cada uno y 2.285 chalés que se iban a levantar en 30 de sus 80 hectáreas. Lleva peleando por ello desde 2006. La suspensión cautelar del plan parcial Santa Ana del Monte-Jumilla Golf ordenada por el Tribunal Supremo da la razón a Pascual (Jumilla, 1953). La escasez de agua en la Herrada del Tollo, seca y pedregosa, y el uso pastoril que el cabrero da a sus tierras detienen por el momento el proyecto de la promotora San José.

Hijo de Jesús, pastor, y nieto de Pascual, pastor también, el jumillano se crió entre los muros de la hacienda de medio siglo que levantó su abuelo y que ahora él defiende contra el voraz ladrillo. Allá en los 50, su madre, Josefa, ni lo había peinado aún cuando Pascualín asomaba la nariz al frío de la madrugada murciana para ver pasar los ganados desde el quicio de la puerta. Corría tras el arado de su tío Juan antes que trastear con un caballo de juguete y un camión que le regalaron sus padres. A los cuatro años ya sacaba a pastar a tres ovejas y dos cabras atadas con cabezones. «Yo nací pastor», repite con sonrisa mellada.

56 años después, Pascual tampoco amanece en la cama. No usa reloj, pero abre un ojo no más tarde de las cinco de la mañana. Un vaso de leche y dos magdalenas en el 'Gémina', el bar de Martín, es todo lo que se entretiene antes de subirse a su 'Fiat Fiorino' blanca. Seis kilómetros por la N-344 y unos cuantos zigzags por caminos polvorientos al volante de su furgoneta lo separan de su rebaño. «A veces se me hace medianoche aquí...».

La amenaza de los 'greens' y la urbanización de lujo no ha pasado. El pastor lo sabe. «Estos aún van a dar guerra». Una desvencijada caseta de vigilancia con los cristales rotos se lo recuerda cada día. Es el acceso a la zona de obra de la residencia Santa Ana del Monte, cerca de los lindes de sus parcelas. Los primeros chalés piloto levantados por la constructora aguardan a medio terminar, con torreones color crema, a los pies de dos paralizadas grúas verdes y cerca de un mástil en el que ondea una raída pancarta en la que apenas se lee «Res... Sa... D...».

Gigantes en sus campos

Desde hace unos meses es Jorge quien saca el ganado a pastar, un boliviano que ayuda en época de sementera. Llega el tiempo de sembrar sus campos con cebada y avena que luego se comerán sus animales. Ahora que la tierra está «ni muy pesada ni floja de jugo». 1.000 euros es el jornal de Jorge. «Yo no los gano», jura Pascual. Las páginas de sus tres libretas bancarias lo atestiguan. Juntas arrojan un saldo de 757 euros. Lo suyo no es un negocio, «es un sentimiento». «Si yo le regalo esto a alguien, no es que dure un día, es que a la tarde se ha ido», ironiza. La lana ovina no la vende ni regalada. «Desde el 95 no la compra nadie». Y a él le cuesta 700 euros esquilar a sus ovejas. Una miseria es lo que saca por cada cordero. Se comen sus ganancias. Los 50 euros que le pagan por animal se van casi íntegros en cebarlos: saco y medio de pienso por cría, alimentar a la madre... no menos de 40 euros.

Como Don Quijote con los molinos, Pascual también ve gigantes en sus tierras. Pero no olvida que David pudo con Goliat. Una mastodóntica torre de alta tensión se levanta a unos metros de su casa. Es otra de las batallas del murciano. Los tribunales aún deben pronunciarse sobre la legalidad de esta línea eléctrica, denunciada por Pascual en 2002 por el riesgo para su rebaño y su vivienda. Rubén visita al jumillano durante la visita de V. Es de Ecologistas en Acción. Ambos se abrazan. «Es un tío único. Lo ha logrado todo por sí sólo. La lucha ecologista se ha socializado».

Pascual mira las torres eléctricas con recelo mientras sortea aperos de labranza y lanza alguna caricia a sus cuatro perros junto a los muros de su hacienda. Toca dar de comer a las 80 ovejas que están criando. Carga tres espuertas de pienso y paja en una carretilla y las lleva hasta la taina en la que se cobijan las hembras preñadas o recién paridas, corderos y cabritos. La estampida de los clientes cuando abren los grandes almacenes en rebajas se queda corta al lado del momento en el que el pastor abre la valla y las segureñas se lanzan ávidas sobre las tolvas. Hasta trepan unas sobre otras.

En una desnuda mesa del comedor de su hacienda, Pascual repasa las escrituras de sus terrenos. Recorre los renglones con sus uñas amarillentas. «De mi casa no me pueden echar...», reflexiona. Niega con la cabeza. Se cala la gorra. De su padre heredó apenas una docena de hectáreas. Desde 1996, peseta a peseta, euro a euro, el murciano ha ido comprando campos a familiares y vecinos. «Estoy entrampado con los bancos». Tierras blancas para que pasten sus ovejas, 11 hectáreas de almendros («ni a 50 pesetas me pagan el kilo»), 80 olivos con unos 4.000 kilos de aceituna («me costaría menos comprar el aceite»)..., todo amenazado por 'greens' y chalés de lujo. Los abogados no le han cobrado hasta ahora nada al cabrero: «Se han puesto en mi lugar. Igual cuando todo acabe tengo que vender mis tierras para pagarles».

Pero Pascual habrá luchado. Aunque sólo con una piedra no se tumba a este Goliat. El Ayuntamiento de Jumilla ya ha pedido la nulidad del dictamen del Supremo. Alegan que no fueron citados para el procedimiento. «Que venga el alcalde y diga dónde está el agua. Aquí sólo hay dos pozos de agua salada y contaminada por la balsa de Jumilla», se queja el pastor. La promotora mantiene la espada en alto. «Vamos a seguir trabajando para demostrar que sí existen recursos hídricos y que hay previstas una desaladora y una potabilizadora», anuncia una portavoz del grupo San José. Pascual asegura que ya han vendido «muchísimas» viviendas. La empresa no se pronuncia.

Mientras, el David del siglo XXI sigue subiendo al cielo cada día. Con un chusco de pan y un embutido o una conserva en el morral. Botella de agua envuelta en esparto al hombro. «¡Arriiaa, tomaaaa, arriaaa!», arrea el cabrero a sus ovejas al tiempo que chasca su lengua. «Me voy con ellas al monte y eso es la gloria». La silueta de Pascual se pierde bajo la Umbría del Acebuchal, donde ni el zumbido de las torres de alta tensión lo logran alcanzar.

Olisqueado en La Verdad.

This entry was posted on 1/03/2010 and is filed under , , , , , . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.