El intervencionismo del Estado en el teatro no tiene parangón con las otras actividades artísticas.

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A los 11 años, José Manuel Garrido Guzmán ya pertenecía al grupo de teatro del Colegio Marista de Murcia (se llamaba La Galería Salesiana) y desde entonces prácticamente nunca lo ha dejado. Bien como actor y director, bien como gestor y productor tanto en el ámbito público como en el privado, en el que ahora se desenvuelve. Siendo aún estudiante -en el Colegio Mayor Cisneros creó y dirigió un grupo teatral- estuvo vinculado a los movimientos teatrales de los años sesenta. Fue ayudante de dirección de José Luis Alonso en el Teatro Nacional María Guerrero, director del Teatro Universitario de Murcia y del Teatro Universitario de Madrid. Desde hace más de 14 años es asesor cultural y productor de espectáculos, a través de la empresa Artibus que fundó en 1995 y de la que es director general y accionista mayoritario. En la actualidad, José Manuel Garrido es director general del Teatro de Madrid, director de la Muestra de Teatro de las Autonomías y vocal del Consejo Estatal de las Artes Escénicas y de la Música, órgano consultivo del Ministerio de Cultura.

-Viendo su curriculum teatral lo primero que se me ocurre preguntarle es qué hacía un hombre como usted dando clases de Biología.

-La pregunta está bien hecha, porque el teatro ha sido antes que la Biología y antes que ninguna otra actividad.

-¿Por qué estudió Biología?

-Porque había que cursarla en Madrid y a mí me interesaba ampliar fronteras. Si le digo a mi padre que quiero estudiar Derecho me habría tenido que quedar en Murcia. La verdad es que no me he arrepentido porque la Biología tiene un concepto humanístico amplio. En esos años, más que los bichitos y las plantitas, e inspirado en Thaylard de Chardin, me metí en lo que es la filosofía de la ciencia, que realmente me ha sido muy útil.

[La entrevista tiene lugar en el Teatro de Madrid (con capacidad para 800 espectadores) sito en La Vaguada. Su despacho de director es de corte funcional, sin lujos, en el que no faltan los motivos murcianos («yo es que ejerzo de murciano», dijo en varias ocasiones) como son dos cuadros de Avellaneda, así como varias fotografías suyas con personajes artísticos de alto caché, como Plácido Domingo, Monserrat Caballé, Rafael Alberti, Sacristán y Ana Belén. El ordenador lo tiene sobre la misma mesa de despacho, una cuarta parte de cuya superficie está ocupada por figuritas, platos pintados en oro, pisapapeles, loza, el autogiro de De la Cierva, entre otros cachivaches. Junto al sillón, una fotografía con la Reina de España. Aún quedan tres cuadros más en el suelo, apoyados en la pared y un televisor analógico frente a dos sofás de dos cuerpos. Junto a la puerta de entrada, enmarcado por la tubería de la calefacción, un cartel anunciador de El médico de su honra (Calderón de la Barca) en una versión dirigida por Adolfo Marsillach.]

-Al que, cuando tenía mando en el Ministerio, usted nombró director del Centro Nacional del Teatro.

-Sí. Nombré a Marsillach y también a Lluis Pasqual. Bueno, porque eso sí lo he tenido: siempre me he rodeado de gente que sepa más que yo.

-Lo contrario de lo que se lleva.

-Sí, soy un poco atípico en eso. Aunque entiendo por qué los políticos hacen lo contrario: porque te tapan al ser más importantes y conocidos que tú mismo. Pero yo siempre he intentado rodearme de lo mejor. Cuando he tenido alguien mediocre a mi lado es que me he equivocado. Y además sin importarme el color, la religión y el partido. Me pasó en Murcia, donde tuve colaboradores de la derecha tradicional y también de la izquierda radical. Los puse a trabajar. Eso hice en el Ministerio. Algunos me decían que nombraba a pocos socialistas y yo contestaba que para socialista ya estaba yo, que me interesaba la gente que supiera.

-«Hay inflación de productos teatrales». ¿Ratifica esta afirmación?

-Sí. Porque el proceso de desarrollo autonómico español ha posibilitado que haya muchos centros de producción.Ya no es solamente Madrid y Barcelona, se hace buen teatro en provincias. Todo esto es positivo, pero al mismo tiempo todas las subvenciones que se han ido dando han provocado una inflación y ha creado artificialmente núcleos empresariales que no lo son.

-Otra frase suya: «No hay teatro libre porque está muy intervenido por el Estado». ¿Se siente usted libre?

-Yo cada vez me siento más libre al opinar. Será por la edad, pero soy un empresario con 27 personas fijas a mi cargo, que en el mundo de la cultura y el teatro es bastante, y no soy libre en aquello que pueda perjudicar al conjunto. En cuanto a lo de la intervención estatal, muy sencillo: el dinero público ayuda al cine y a los libros, pero el cine y los libros los hacen los privados. Sin embargo, en el teatro el Estado produce, además es el propietario de la red de teatros, por lo que tiene en sus manos la distribución y, por último, contrata. Por lo tanto parte de la producción y la casi totalidad de la distribución y de la contratación está en manos del Estado (ayuntamientos, comunidades autónomas y nación).

-¿Y eso es malo?

-Yo creo que no es bueno. Hemos pasado de la indiferencia del Estado, hace 30 años, a una concienciación divulgadora que le ha llevado a invadir. Naturalmente es un discurso bastante teórico porque también se precisa mayor participación de empresarios, asociaciones, fundaciones, estructuras que posibiliten la producción teatral y que además permitan hacer un teatro de calidad, para que ésta no esté sólo en el teatro que hace el Estado al tener muchos más recursos.

Fisgoneado en La Verdad.

This entry was posted on 12/03/2009 and is filed under , , , , . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.