Una experiencia como un baobab.
3/20/2009 | Author:

El pintor Manolo Belzunce y el fotógrafo Enrique Gomicia, 'as safarin', regresan de tierras africanas tras casi un mes de apasionante viaje.

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No llegaron a la meta, pero han regresado. Ilesos. La meta era el viaje. Con menos equipaje, pero más experiencia y algún que otro susto tan grande como un baobab. Querían dejar «que las cosas sucedan». «In sha'allah» (si dios quiere). Y sucedieron. Las fronteras de África no son lugares de fácil tránsito. Manolo Belzunce, pintor, y Enrique Gomicia, fotógrafo y aventurero, se marcharon hace un mes con una ruta por delante de 22.000 kilómetros y en un 4 x 4. El proyecto: recorrer siete países (España, Marruecos, Sahara Occidental, Mauritania, Mali, Burkina Fasso y Niger). Entre otros sponsor, para tan complicado periplo, contaban con la ayuda de la Comunidad Autónoma.

Han regresado cargados de fotografías, apuntes y dibujos, También sin ordenador ni GPS. Desaparecieron sin misterio. Un total de 13.365 kilómetros hasta Segousse, en Malí, a orillas del río Níger y vuelta a casa. Más allá es tierra de bandidos o de grupos armados cercanos a Al Qaeda (no está claro). Lo que sí sabían es que el secuestro de occidentales es una práctica más que habitual en aquella zona. Un coche con viajeros británicos, alemanes y franceses, que llevaba la misma ruta que Belzunce y Gomicia, había desparecido días antes.

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Pero as safarin (los viajeros) han regresado felices. Pese a todo y pese a la creciente la paranoia de los aduaneros. Nada más entrar en Marruecos el funcionario de turno le solicitó un peaje en la frontera. No fue el único. «La crisis en África es brutal y ha disparado la corrupción», aseguran. Y todos exigían «el regalo para la policía o para los hijos de la policía». Por si acaso, los viajeros llevaban una caja de gafas de sol de propaganda para sortear controles e implacables vigilantes y su recurrente y constante letanía 'monsieur, cadeau'. Cuando entraron en Mauritania hubo un intento de golpe de estado. La tensión era evidente. La tierra de nadie entre Mauritania y Mali son cien kilómetros con cientos de carteles que alertan al viajero: 'peligro, minas'.

Pero han almacenado grandes recuerdos: dunas «como natillas», los bellos baobas, la zona lacustre donde viven los esbeltos bambaras con sus extraños sombreros de paja, en el norte de Mali, Aaiun el Atrous (el ojo del buitre), en Mauritania, una montaña en con miles de buitres, cuervos y cernícalos sobrevolando un paisaje desolado; un extraño fuerte y supuestamente afrodisiaco brebaje (que resultó ser genjibre con naranja). Visitaron la Cieza africana, el poblado de Siyasa. En la mezquita Segousse conocieron a Cheid Hamed, un hombre muy anciano, un parsimonioso cuentacuentos con manos de piedra que les narró mil y una historias viejas y nuevas.

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La ciudad hormiguero

Lo más sorprendente: Bamako, casi en la frontera con Senegal, y sus siete bulliciosos millones de habitantes, es «un hormiguero humano que parece no dormir nunca». «Cada día mueren decenas de personas en accidente de automóvil. Todos los días veíamos tres o cuatro golpetazos tremendos y hay miles de motocicletas a toda velocidad que no respetan ninguna señal», rememoran. Salieron sanos y salvos de aquel caótico tráfico, aunque eso sí, estuvieron a punto de atropellar a un burro. «La carretera está repleta de vacas y ovejas despanzurradas; además de fenecs (zorros) y suricatos (mangostas)», relatan. «La gente vive en las orillas de la carretera». Así que los buitres se convierten en una presencia constante.

«Pero la gente siempre escucha. Hay cadencia en el conversar. Tienen un ritmo de diálogo fascinante. En África no se puede hablar a la ligera», explica Gomicia. ¿Y lo peor? «Hay una aceptación total del destino», recalca.

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Terreno oscuro

Se adentraron en el África del hambre, de los niños expulsados de sus casas a las cinco de la mañana, casi desnudos, para ir a mendigar, de las moscas voraces, de los hoteles con toallas de la ONU -«es más que evidente que la ayuda humanitaria no llega a donde debe llegar»-, de los hombres que toman el té mientras sus mujeres cargan enormes fardos de leña. Fieles a sus principios no han retratado la miseria y nunca a los niños. «En el sur de Mauritania los niños huyen del extranjero ¿Por qué? Porque tienen miedo a que los secuestren», señalan. «Es un viaje muy duro, muy duro», reconoce Belzunce. «Nadie hace nada por África», apuntan.

Belzunce ha pintado entre lagartos, hambrientos lagartos que comen papel, bajo la sombra de un nidos de golondrinas en su habitación de hotel y en los tejados, con un horizonte de minaretes y bajo un sol implacable. Decenas de apuntes y bocetos. «Paisajes imaginarios», añade. Ahora, en su estudio de Murcia, está reconstruyendo el viaje a pinceladas en cuadros de casi tres metros.

Belzunce con este viaje cierra, de momento, un ciclo africano. Gomicia ya prepara nuevo periplo para el próximo año: hacia Níger por la frontera de Libia. «In sha'allah».

Fisgoneado en La Verdad.

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