La playa de Cala Blanca es el mayor atractivo de esta diputación donde el urbanismo ha dado una moratoria y aún pervive la actividad agrícola.

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La playa de Cala Blanca sin gente, todo un lujo.

Hay una casa abandonada en lo alto del acantilado que da acceso a la playa de Cala Blanca que con toda probabilidad es propiedad de todo el que hasta allí se acerca, al menos utópicamente. La cabeza se pone a dar vueltas y comienza a imaginar las horas y horas que cada cual pasaría haciendo lo que le viniera en gana en aquel paradisiaco lugar que forma parte de la costa que aún queda virgen en el término municipal lorquino. Cala Blanca es el principal atractivo de la pedanía de Garrobillo que tiene escasa población, sólo ochenta personas censadas, y que tiene una extensión de algo más de 19 kilómetros cuadrados que sirven de frontera con la vecina Águilas.

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Panorámica desde Lomo de Bas.

La mañana está tranquila. Sólo las gaviotas parecen notar la presencia de dos seres que aún desentonan porque la temporada alta de la zona no ha llegado. El agua está cristalina y como una balsa de aceite. Dos carteles indican el comienzo de la costa lorquina y un más que desafortunado asfalto recuerda que la huella humana está próxima.

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Margaritas coronan la colina antesala de la cala.

De momento, ha dado una moratoria y Garrobillo sigue viviendo de la actividad agrícola. Los invernaderos para la producción de tomate se mantienen en pie. Contrasta en el paisaje los llanos junto al mar y las zonas montañosas entre las que predomina el conocido Lomo de Bas, el mejor de los observatorios de la zona. Brinda insuperables vistas de la diputación y de la zona aguileña de Cope.

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Lo que queda de una vieja ermita.

Los ciudadanos autóctonos conviven con los extranjeros, que cada vez son más. El cartel con la palabra The beach indicando la entrada a Cala Blanca ya es todo un síntoma. Lejos de enumerar quejas prefieren resumirlas en una demanda que es casi una súplica: «que no nos olviden». El ser una diputación de las más alejadas, además de su carácter fronterizo ha perjudicado bastante a Garrobillo. La proximidad de la autopista no les ha favorecido demasiado y mientras unos viven esperanzados con el proyecto urbanístico de Marina de Cope, otros prefieren ni acordarse de él.

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Pequeño bebedero, al fondo el omnipresente mar.

Los lagartos forman parte de la población. Los hay a cientos y están considerados como especie protegida. Salen a saludar a la orilla de la carretera y de nuevo se alejan hasta desaparecer, como si sólo quisieran comprobar quien se acerca y con qué intenciones. Las antiguas construcciones permanecen en pie pero sin vida. Destaca entre todas la que debió ser una colonia de viviendas presidida por una ermita ya en ruinas, y un pequeño bebedero que aún lleva agua. En la rampa de acceso hay un cartel de prohibido el paso, pero cualquiera lo cumple. Las vistas invitan al delito. Estas construcciones tienen su antagonismo en los nuevos inmuebles que se han ido construyendo, algunos con más gusto que otros. Vendrán más, pero afortunadamente, eso es un futuro que por el momento no existe.

Fisgoneado en La Verdad.

This entry was posted on 5/02/2009 and is filed under , , , , . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.